Tu silencio, cual daga helada,
congela mi pecho en llamas,
y petrifica mi pasión insolente,
ahogándola en tus mares muertos...
Allí, donde siquiera la espuma
de un tibio sueño es fecunda.
Donde los cristales rotos
de tus pupilas huecas
atesoran una razón
inherte de corazón.
Huerfano de esperanza,
mi anhelo de tí agoniza
en los infiernos de tu olvido,
en los desiertos de tu dolor;
en los temblores de tus penumbras...
Sólo los recuerdos de un instante
glorifican esta espera injusta,
pues presiento que, lo que vivimos,
fue tan sólo el espejismo
de un océano de nada...
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