Las luces de los postes son cortinas de luz eléctrica
invadiendo la realidad escondida en la ciega nada.
Una vela encendida es un nido de luz,
una esperanza.
La luna derramada es una caricia celeste
un alma tenue y desnuda
sobre mi cuerpo inerte de sueños
es un ósculo lumínico delineando
las grietas dejadas por nuestras sombras.
La tarde, en cambio, es una hoguera de multitudes
un incendio de ausencias
un calor insaciable de colores, un golpe de claridad
un sosiego, un bostezo, una risa de fuego.
El amanecer legañudo percude la mirada
gris intento por despertar en un concierto de trinos
en la frescura de las calles desiertas, en el olor del pan y el murmullo del viento...
Y esa luz amanecida dibujando los tejados, y las casas, y los hombres
¡y la vida misma!.
La vida es la luz que nadie aprecia,
Porque es todas las luces y es ninguna.
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