martes, 15 de noviembre de 2011

Dios me hizo mujer (Amelia sin más)

Dios me hizo mujer
en un segundo perdido de su eternidad;
Me hizo mujer, ¡sí!.
En el despiste de su boca,
insufló aliento cálido a mi efigie incipiente
y la nutrió de savia y néctares;
me hizo mujer en cuerpo,
en piel arrebatada en lunas
y en el fluir de la sangre y los sentidos.

Me hizo hembra
para poder, un día,
engendrar besos de luz
y parir amaneceres;
para amamantar sueños
y tejerle esperanzas a la aurora
en el bastidor de mi vientre

Me hizo fémina
para que, en la fragua del destino,
puliera los hierros candentes
del dolor de los míos
y acallara, con voz queda,
el llanto fatigoso de la fuente seca,
el grito amargo del despecho
y el último lamento de los hombres

Y me hizo mujer, fémina y hembra
para amar sin preguntas,
para recoger los velos del deseo
en la piel airada en soles y en jazmines,
para beber tules y granas en el viento
y besar el cenit.
Para ser luz y fuego
y valiente adalid en mil contiendas.
Para ser orto en la primera sonrisa
y ser ocaso en el último suspiro.

Dios, que pudo haberme hecho hombre,
se nutrió de un aire amable e inspirado,
miró directamente a los ojos del tiempo,
no lo dudó, eligió, y me hizo mujer.

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