Todos somos niños de la guerra.
Todos llevamos en la sangre su medida.
Duerme recostada en nuestra mente,
para ponerse en pie con una foto,
un simple canto, unas letras…
Enterrar no siempre es olvidar.
No hablar, habla más, que estar hablando.
Todavía siento el dolor silencioso de las calles
de los rostros retratados al momento,
la esperanza que urgía a las canciones…
Siento su agonía en blanco y negro,
su mirada fija en mi mirada…
En mi país sigo estando solo,
mi cielo del Bayou no me cobija.
Ni el blues en la noche, ni el trabajo…
Extranjero aquí, compañero,
de todos los días de una guerra,
La última, romántica guerra…
Me la he llevado a cuestas, y he dejado,
un rastro de mí, y una honda brecha…
Enterrar no siempre es olvidar.
Cantar para no perecer…
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