No te abracé.
Pero me incliné respetuosamente
ante tu hombría
y vi la porfía de un cuerpo
levantarse tras una caricia
de mis labios.
Desperté tu momificada paciencia
para pagar su deuda,
y al filo de la noche
saldamos cuentas.
Cumpliste muy bien
la faena cotidiana
y con la noche como testigo
tuviste tu reconocimiento.
Y sin apenas sobornarte
construimos de nuevo
nuestro pequeño mundo.
Ya lo sé:
Con palabras no se pagan
deudas
y no sólo con poemas
se alimentan almas.
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