Que llore su orfandad mi amor de nieve
en los sólidos brazos del lamento;
y una lágrima fiel sea el sustento
envenenado que en el alma lleve.
Que gima en soledad tu querer breve,
relámpago de luz, ardor violento;
tus cenizas dispersas por un viento
encarnizado que a vagar te eleve.
Convertidos en sombras del destino
anegados en llanto vespertino,
el olvido nos niega su perdón.
Maldecimos en vano nuestra suerte,
dos paisajes vencidos por la muerte;
tu desierto y mi frío corazón.
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