sábado, 4 de febrero de 2012

Hijo del desierto (Manuel Ramos Martínez)



 1

 Allá
 perdido entre cerros
 violetas y azules
 desnudos asnos del norte
 que limitan la mirada
 hacia el mar
 cuerpo bruñido en sal
 ojos de luces.

 Huérfano
 de la caricia
 de la tierna primavera
 escuchaba de mares
 de flores y de frutos
 en las tertulias
 que brindaban los afuerinos.

 Entonces soñaba que algún día
 amanecería con la primavera
 que el alba despertaría
 su corazón enamorado
 y sinfonías de pájaros alegres
 le darían los buenos días.
                                                 
 La vida se fue tejiendo
 en incubados anhelos
 inextinguibles las horas
 desarrollaron largos brazos
 largos ojos y esperanzas largas
 al mañana lo tejió
 desgajando el tiempo
 apurando distancias
 y recontando vivencias
 tejió el mañana.

 Cuando dejó de ser esclavo
 atrapó sus sueños
 y huyó en busca de
 otros contornos geográficos
 en frenética búsqueda
 del aroma oceánico
 que se le había negado

 En la despedida acarició
 a las silenciosas
piedras del desierto
brindó un beso al aire
y caminó hasta encontrarse
con la huida del sol
   y el nacimiento de las estrellas.

Saludó al amanecer
y a las comparsas de lagartos
hijos del desierto
su ansia era más grande
que el cansancio
su esperanza más grande
que el temor.

Entonces y por vez primera
frente a sus ojos
el titán de titanes
el majestuoso y tempestuoso mar.

Confundido de placeres
corrió trémulo a tocarlo
besó el rocío de sus gotas
el fragor de caracolas
y a sus olas
se abrazó.

II

Una barca emergiendo
de la bruma recibió al viajante
y desde los silencios de su alma
le dijo a la inmensidad:
  
Mar, llévame con el júbilo
de este instante
y con el recuerdo de la tierra en que nací
en tus gigantescas olas navegaré
dile al viento navegante
el mensaje perdurable
¡dile!
que allá
en el invierno seco
de aquel mineral nortino
nací.

Que allá
donde la lluvia es una anécdota
que las nubes
caballos desbocados
empujadas por ráfagas de viento,
obligan a cerrar los párpados
al habitante
a morderse los dientes
a afirmarse a la tierra
como el marinero a su barca
en un mar huracanado.

Que allá
en el invierno seco
de aquel mineral nortino
nacen hombres
de espíritu indomable
que entienden el lenguaje
del silencio
la lucha de las piedras
contra el viento y a
la luz de un sol infinito.

Que allá
en el invierno seco
de aquel mineral nortino
pinté en la retina
su paisaje
esculturas de cerros pedregosos
y al aroma humilde
del espíritu minero.
                                                               
¡Dile!
Que mañana estaré
en otras latitudes
construyendo nuevos sueños
que en la savia escribiré
leyendas que hablen
de su amor.

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