viernes, 8 de junio de 2012

El cuento del geniecillo (Antonio Jurado)

Estaba muy tranquilo tomando una cerveza,
pensando en sus problemas, tratando de olvidar.
Cuando de pronto se oye un ruido y se levanta de la mesa,
porque una densa nube de humo, ve del aire brotar.

De la humareda, blanquecina, sale un geniecillo,
que saluda a nuestro hombre muy serio y muy formal.
Le dice: “soy tu esclavo, tu manda y yo obedezco,
tu pídeme un deseo, que yo lo haré verdad”.

Asustado y nervioso, muy serio se quedaba
ante aquellas palabras que acaba de escuchar.
Aunque estaba hecho un lío, él pensaba y pensaba,
¿qué le pido yo al genio, que a mí me guste más?

¿Riquezas? no las quiero, que solo traen problemas.
¿mujeres? no interesan, que se quieren casar.
¿Ser un terrateniente? no merece la pena.
Pediré que me arregle mi problema sexual.

Y mira al geniecillo, que ya espera impaciente,
a ver que manda su amo para hacerlo verdad.
va vestido de moro, con alfanje y turbante,
observando a la gente que le mira al pasar.

Y le relata el hombre la causa de sus penas,
el tamaño que tiene su órgano genital.
Pequeño, casi enano, ese ha sido el problema,
que siempre le ha impedido hacer vida sexual.

¡Quisiera que mi pene me llegara hasta el suelo!
dice por fin sonriente, viendo al genio, que va,
desenvaina su espada y da dos tajos secos,
seccionando las piernas por la ingle y ya está.

Su cuerpo, torpemente, cae al suelo de golpe,
las piernas en un lado, el tronco más allá,
pero como él quería, sus penas terminaron.
Al fin se ha terminado su problema sexual.

Dos lágrimas resbalan por sus blancas mejillas,
¡con lo feliz que él era, sentado en aquel bar!
tan tranquilo que estaba tomando una cerveza,
pensando en sus problemas, tratando de olvidar.

Pero aún le queda aliento de pensar seriamente.
¿Cuál ha sido su fallo?, ¿qué es lo que habrá hecho mal?
se desangra enseguida, la vista se le nubla.
Su muerte ya es segura, no se puede evitar.

Y a través de la gente ve al genio, que al marcharse,
va diciendo, “lo siento, tú no sabes mandar”.

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